miércoles, 23 de septiembre de 2009

ESCUELA Y VIOLENCIA.

Con estas líneas, quiero hacer presente mi plena solidaridad con el personal docente del IPEM 190 – Esc. Pedro A. Carande Carro, ante la difícil situación planteada por la agresión que sufrió una profesora de esa Institución educativa. Esta presentación la hago en razón de mi situación de ex-docente de esta Escuela Pública, con la cual me encuentro enteramente comprometido. También debo resaltar la firme y decidida intervención del gremio docente, quien de inmediato se puso al servicio, no tan sólo del cuerpo docente, sino también de la comunidad educativa en su conjunto.
Es necesario e importante que las autoridades educativas y la comunidad toda, tomen cabal conciencia de lo sucedido y se actúe en consecuencia, habida cuenta de que está en serio riesgo la formación de nuestros hijos como personas útiles para esta sociedad y como individuos sociales únicos e íntegros, fortalecidos por los firmes valores y principios que deben regir nuestra convivencia y comportamientos en sociedad.
He podido apreciar que rápidamente intentamos encontrar algún culpable de estos hechos y por lo general comienza a ponerse en duda a los docentes y su escuela, quienes son la cabeza visible del sistema educativo. Pero, indudablemente nuestro desconocimiento es de tal naturaleza que no nos permite advertir que primariamente existen otros responsables mayores de que esta violencia social se manifieste en nuestras escuelas, perjudicando enormemente la ímproba tarea que allí se realiza.
Sin llegar a conocer en profundidad el episodio que hoy nos moviliza, no tengo lugar a dudas que, en un primer escalón de responsabilidades, puedo ubicar a la incapacidad de los “mandos intermedios” de nuestro sistema educativo (esto es supervisores zonales, generales y otros), quienes se encuentran siempre demasiado preocupados por cuestiones de índole burocrática y/o política, pero que se olvidan que existe en sus funciones, claras responsabilidades de velar por la faz pedagógica y la adecuada contención de los reclamos docentes.
No obstante, no podemos olvidar, en este somero análisis, que el primer escalón de responsabilidades nos alcanza a todos nosotros como sociedad. Este es un claro ejemplo de nuestra falta de participación, compromiso e involucramiento. Sólo reflexionamos sobre la educación, cuando vemos que no nos brinda las respuesta que suponemos nos debería dar. Criticamos su accionar sin que reconozcamos que, una parte de la comunidad educativa, se encuentra conformada por otros actores como los padres, hermanos, demás familiares y amigos del educando y eso, por lo tanto, nos hace co-responsables de lo que ocurre dentro de los colegios.
Vemos a la escuela como un instrumento obligado a “contener” a nuestros hijos y, por lo tanto, ellos no “estarán perdiendo el tiempo por la calle”. ¡Qué falacia tan extrema y ridícula hemos instalado en esta sociedad! Hemos alterado el verdadero fundamento de la educación y desvirtuamos el papel de la escuela. Poco nos preocupamos por los procesos que se producen tras esas “paredes de contención”. Deberíamos hacerlo y, así llegaremos a comprender que nuestra violencia se traslada a la escuela, nuestras frustraciones se trasladan a la escuela, nuestras limitaciones se trasladan a la escuela y, de esta forma puedo llegar a llenar una extensa lista que demostrará que todos y cada uno de los problemas que existen en nuestra sociedad, se ven reflejados en nuestras escuelas y, por lógica consecuencia, allí también se manifiestan.
La educación constituye única vía posible para producir cambios en nuestros comportamientos sociales y la Escuela es la herramienta que nos permitirá producir esos cambios, necesarios para nuestra sociedad y para nuestros jóvenes.

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