“…Las emisoras comerciales persiguen ciertos propósito que no son otros que los de sus dueños. Estos consisten en crear un público pasivo y obediente que sea un mero espectador de la política, un mero consumidor, no un participante en la toma de decisiones.”(…) “…Quieren crear una sociedad atomizada y aislada de forma que no pueda organizarse y ejercer su fuerza para convertirse en una fuerza poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el tinglado de concentración de poder.” (Noam Chomsky – “Mantener la chusma a raya” – 2006).
Estas apreciaciones, efectuadas por el autor antes mencionado, surgen de distintas entrevistas realizadas para poder analizar los mecanismos internos de control, que ciertos gobiernos utilizan, “para dominar a quienes consideran chusma y que eufemísticamente llaman pueblo”. Lo que verdaderamente debe preocuparnos, es el hecho de que -en muchas ocasiones- se logran esos objetivos y, peligrosamente, nos transformamos en una masa sumergida en la más inmensa oscuridad, en una peligrosa ignorancia y en un profundo aislamiento, situación ésta que no nos permite comprender las consecuencias de nuestra falta de participación.
Ustedes se preguntarán ¿cuáles son esas consecuencias? ¿Realmente, el no participar en la vida de nuestra sociedad, produce situaciones o hechos que debamos lamentar?
Las respuestas las encontraremos en los hechos cotidianos y en aquellas situaciones que habitualmente nos provocan ira, desagrado o nos causan indignación. Recurrimos entonces la queja, la protesta y buscamos un culpable que, por lo general, lo situamos dentro de las esferas del gobierno y con algún grado de responsabilidad funcional.
Pero, si reflexionamos, veremos que no existe mayor culpable que nosotros mismos quienes, con nuestra ausencia, silencio o complacencia, no hacemos otra cosa que tolerar la existencia de esos contextos que nos causan desagrado y provocan nuestra protesta. Esta actitud la podemos ver ejemplificada en situaciones como cuando se permitió la destrucción de nuestras sierras, se aprobó un presupuesto que facilitaba el incorrecto uso de los dineros públicos (en favores políticos, empleados “en negro”, lujosos automóviles, “pétalos de rosa”, etc.) y otras tantas realidades que todavía rechazamos porque nos causan desagrado y vergüenza. Siempre insisto en que “se es responsable por acción u omisión”. Entonces, debemos hacernos cargo de nuestros actos y de sus consecuencias.
Siempre mostramos indignación cuando no se respetan nuestros derechos. En dicho momento, alterados y verdaderamente enojados, esgrimimos la Constitución y sus leyes y pretendemos ampararnos en sus sagrados contenidos. Exigimos que alguien nos defienda, restituya los derechos quitados y, hasta “románticamente”, queremos “que corra sangre en el campo del honor”. Enfáticamente gritamos ¡esta no es la democracia que elegimos! Es graciosa la forma en que rápidamente olvidamos el contenido y sentido de eso que llamamos democracia.
A decir de Miguel A. Santos Guerra, “…la democracia no es sólo una forma de gobierno sino un ideal moral o un estilo de vida que se basa en el respeto a las personas, en la tolerancia, en el pluralismo y en la participación...”. Si analizamos profundamente este concepto, veremos que no existen solamente derechos sino que también, en gran medida, están presentes las obligaciones que tenemos como ciudadanos y que hacen a la construcción y consolidación de la democracia; obligaciones que tienen relación con pensar, dialogar, participar y decidir.
Vivimos una gran ambigüedad: rechazamos todo lo que tenga “olor a política” y esgrimimos la excusa de que: “no me gusta la política”, “no se nada de política”, “los políticos son unos corruptos”, etc., etc., etc.- No obstante, cotidianamente hablamos de política, somos grandes “opinólogos” de la política, en definitiva “hacemos política” (en nuestras actividades vecinales, laborales, profesionales, etc.), pero pretendemos “estar al margen de la política”.
“…La participación contribuye a desarrollar la responsabilidad y la capacidad de dialogar, de planificar, de evaluar, de aprender y de trabajar en equipo”. (Viñas y Domenèch – “El Sistema relacional” – 1994).
Esta participación en la vida pública no es otra cosa que actuar como simples ciudadanos que nos encontramos obligados a ello. Es intervenir en la vida de los partidos políticos para que cumplan su función; es colaborar en los centros vecinales para contribuir a una mejor calidad de vida; es asociarse en las distintas instituciones deportivas, sociales, gremiales y tantas otras que existen, pero participando en forma activa en sus quehaceres habituales.
No podemos dejar que otros hagan la tarea. Es necesaria nuestra presencia, nuestra opinión y nuestra acción ciudadana. ¡Esto es involucrarse y comprometerse! Actuar en sentido contrario nos llevará a ceder espacio a quienes actúan en su propio beneficio o sirviendo a intereses extraños al bien común.
“…Vivir en democracia significa tener actitudes no sólo de tolerancia, sino de aceptación. Es convivir con todos valorando las diferencias como un potencial enriquecedor. El camino es lento. Lo importante es avanzar en la dirección acertada. No hay nada más peligroso y más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada.” (Miguel A. Santos Guerra – Catedrático Español - 2006).
José Luis Rigazio
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