(Texto publicado en el año 2017)
Observar la publicación de fotografías y alegatos en favor de INTERVENTORES
COMUNALES que respondían al
llamado “Proceso de Reorganización
Nacional”, me han enfrentado a la
triste y muy lamentable situación de tener que opinar “treinta y cuatro años han pasado y todavía no hemos aprendido de
nuestros errores, ni comprendimos cuál es el fundamento y valor de la
democracia”.
Cuando afirmé que estos Interventores fueron
“personeros” de la peor Dictadura que oprimió y asesinó al pueblo argentino,
comenzaron a aparecer alegatos sobre las obras que estos verdaderos ogros
habían realizado en benefició de nuestra comunidad. SE EQUIVOCARON. Las obras
tal vez fueron realizadas, pero fueron hechas sobre las sangre y tortura
de nuestros vecinos y conciudadanos. Cada uno de estos personeros de la
dictadura, fue miembro incondicionales del aparato represivo y torturador del
Estado. Fueron delatores y ejecutores incondicionales de las órdenes denigrantes
que tuvimos que soportar, destruyeron jóvenes, familias y estructuras
democráticas que se encontraban a nuestro servicio defendiendo la dignidad de
esta sociedad. Aprobaron leyes que destrozaban la dignidad del pueblo y lo
sojuzgaba a niveles tan viles y bajos que no quedó un simple atizbo de su
dignidad. Impusieron el pensamiento único y nos quitaron el derecho a opinar y
pensar libremente. Persiguieron a todo aquel que no se sumara a sus designios o
pensara diferente. Golpearon atrozmente a indefensas familias, torturaron y
golpearon a nuestros jóvenes por el simple hecho de ser eso “juventud naciente
e impetuosa” (todos conocemos a personas y familias que tuvieron que pasar por
estos martirios) y también nos quitaron la posibilidad de seguir nuestros
estudios libremente. Aprobaron presupuestos y realizaron obras, sin siquiera
haber realizado estudios sobre su pertinencia y
necesidad fáctica…. El pueblo nunca fue consultado. La corrupción y el
manejo indiscriminado de los fondos que todos aportábamos, fue el sello
distintivo de esas inconstitucionales administraciones (vale mencionar las más
de 30 auditorías externas que tuvimos que contratar en el primer año de nuestro
gobierno en democracia, copias que puedo poner a disposición de cualquier
vecino, especialmente del vergonzoso proyecto de nuestra “sala de
convenciones”, reconvenida y terminada a duras penas durante el gobierno del
Intendente Grimberg), Ni que hablar de los empleados ñoquis que se echaron (más
de 160) y de otros que “habían metido la mano en la lata, desde tiempos
inmemorables”.
Si me ponen a elegir entre obras y dignidad
del pueblo, señores NO LO DUDO, elijo la DIGNIDAD de cada uno de nuestros hombres, de cada una
de nuestras familias, de nuestra sociedad. Sin
dignidad no puede vivirse y siempre seremos esclavos de alguien.
Pido sinceras disculpas a aquellos que puedan
haberse sentido agraviados o afectado por lo expuesto, pero obedece al
pensamiento crítico y apasionado de quien estuvo involucrado durante aquellos
oscuros y tormentosos años, en la defensa de nuestra democracia y sus más altos
valores, sin pensar en el resguardo mi seguridad personal y sin encontrarme
movido por ningún tipo de interés personal.
Para vuestra reflexión y memoria, dejo parte
del alegato realizado por el juicio a las Juntas Militares:
(...)
“Este proceso (de “Reorganización Nacional”) ha significado, para
quienes hemos tenido el doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una
suerte de descenso a zonas tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la
abyección y el horror registran profundidades difíciles de imaginar antes y de
comprender después.
Dante Alighieri -en "La Divina
Comedia"- reservaba el séptimo círculo del infierno para los violentos:
para todos aquellos que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y
dentro de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y
nauseabunda a cierto género de condenados, así descriptos por el poeta:
"Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapiña. Aquí se lloran sus
despiadadas faltas".
Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda
condena para los procesados, si bien no puedo descartar que otro tribunal, de
aún más elevada jerarquía que el presente, se haga oportunamente cargo de ello.
Me limitaré pues a fundamentar brevemente la
humana conveniencia y necesidad del castigo. Sigo a Oliva Wondell Holmes,
cuando afirma: "La ley amenaza con ciertos males si uno hace ciertas
cosas. Si uno persiste en hacerlas, la ley debe infligir estos males con el
objeto de que sus amenazas continúen siendo creídas".
El castigo -que según ciertas interpretaciones
no es más que venganza institucionaliza- se opone, de esta manera, a la
venganza incontrolada. Si esta posición nos vale ser tenidos como pertinaces
retribucionistas, asumiremos el riesgo de la seguridad de que no estamos solos
en la búsqueda de la deseada ecuanimidad. Aun los juristas que más escépticos
se muestran respecto de la justificación de la pena, pese a relativizar la
finalidad retributiva, terminan por rendirse ante la realidad.
Podemos afirmar entonces con Gunther
Stratenwerth que aun cuando la función retributiva de la pena resulte dudosa,
tácticamente no es sino una realidad: "La necesidad de retribución, en el
caso de delitos conmovedores de la opinión pública, no podrá eliminarse sin
más. Si estas necesidades no son satisfechas, es decir, si fracasa aunque sólo
sea supuestamente la administración de la justicia penal, estaremos siempre
ante la amenaza de la recaída en el derecho de propia mano o en la justicia de
Lynch".
Por todo ello, señor presidente, este juicio y
esta condena son importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha sido
ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera
hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya
descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura
o el asesinato constituyan "hechos políticos" o "contingencias
del combate". Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y
control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su
nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica,
sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo
argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los
cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por
los crímenes de la represión ilegal...
Los argentinos hemos tratado de obtener la paz
fundándola en el olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas
amnistías.
Hemos tratado de buscar la paz por la vía de
la violencia y el exterminio del adversario, y fracasamos: me remito al período
que acabamos de describir.
A partir de este juicio y de la condena que
propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido
sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia.
Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la
última.”
(...)
Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión
de originalidad para cerrar esta requisitoria.
Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece
ya a todo el pueblo argentino.
Señores jueces: "NUNCA MÁS". (Julio César
Strassera).-
José Luis
Rigazio - 30 de diciembre de 2017.-
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